martes, 5 de marzo de 2013

La muerte de Chávez

Tanto odio dio sus frutos: la muerte otra vez. Es lo que suele sobrevenir en este mundo de desencantos, cuando eso seres tocados por la excepción absorben hasta no poder respirar el dolor de la injusticia, la pobreza, mientras bailan sobre su cadáver la danza diabólica los desalmados, los infectados por el egoísmo y la acumulación.
Sin Chávez a Latinoamérica se le volverán abrir las venas, es como si la fortuna se esmerara en ausentarse y hasta mirara con una sonrisa cínica las profundas inundaciones que nuevas lágrimas del pueblo dejan caer absortas por sus mares y montañas, mesetas, ciénagas, desiertos y valles.
Pareciera que los que nos dan voz no deben hablar. Es un dictado de un dios furioso que no puede aceptar que los latinoamericanos seamos más libres, más solidarios. No quiere ese dios que se mece entre ricos y poderosos, que los pobres sean menos pobres, que los niños no se mueran tanto, que no haya tanto engañado que deambule sin pensar.
Habrá fiesta, seguro, donde siempre hay fiesta sobre la privación de muchos. Andarán destapando risotadas malditas como luciferes nuevamente triunfantes. Nosotros, en tanto, nos miraremos sin saber qué hacer ante tanta crueldad del destino. Sentiremos escalofríos por el adiós inaudito de uno de los mejores de los nuestros. Quedamos otra vez desamparados, acá abajo, en este sur que hacía lo posible para existir pero que sin Hugo Chávez será otra vez una tentación para la invasión del desconcierto.
Pero desde su tumba seguro se va elevando el comandante para juntarse rápido con Néstor y pedir una reunión urgente con el Che, Bolívar, Belgrano, San Martín, Artigas, que ya están abriendo la mesa chica de la Patria grande para que todos juntos puedan pelearle al cielo su costumbre de caercenos encima.

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