viernes, 30 de septiembre de 2011

Cuando Willy nos dijo chau


La tarde pintaba gris en todo sentido. El cielo con plomo, la cancha con barro y el 0-1 con Español que nos rajaba del octogonal para el ascenso al Nacional. Siempre supe que iban 47 del segundo tiempo porque mi hija Lucía le preguntó el "cuánto falta" de la angustia a otro hincha, y porque El Tintorero de la hinchada nos pedía en la techada que aplaudiéramos igual al equipo, "y que el año que viene se nos va a dar". Pero hubo un tiro libre, no muy pegado al área ni a la ilusión. Willy llegó prepoteando a todos aunque no fuera el lugar indicado para su zurda. Imposible saber por donde entró la pelota, porque todos los españoles, hasta el rey Juan Carlos con la reina estaban en el área. Fue la única vez que lloré en la cancha. Lloré como loco porque encima vi llorar a mi hija y a mi amigo el Tano, que sólo hacía puchero en la primaria cuando le decían "cuatro ojos".
Los hinchas de Defensores de Belgrano saben de lo que escribo. Saben que hablo del Willy Guillermo Aldaz, un ídolo histórico y del gol ídem que nos permitió después eliminar a San Telmo y Temperley y gritar ¡campeón! y ¡ascenso! Fue un 26 de mayo de 2001. Aldaz ya tenía 33 años pero le estalló igual su corazón rojo y negro como cuando de pibe dio la vuelta en el Doque por el título en la C , o como en el 95, cuando mandamos al descenso a Excursionistas. Willy salió campeón también con Italiano y Estudiantes. En Defe jugó 370 partidos, y en total fueron 528 en el ascenso. Contando este partido del adiós, el de la segunda vez que lloré en una cancha.
(Publicado por el autor en Clarín el 05/06/2004)

lunes, 26 de septiembre de 2011

Llegó la visita 40 mil


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Son 40 mil las veces que los defensoristas entraron a este blog en casi un año de existencia. Si bien es cierto que una misma persona pudo entrar muchas veces, esta cifra confirma que somos muchos los de Defe a pesar de que la cancha cada vez se vea más vacía. Por este pequeño y humilde espacio, nos pusimos tristes recordando que se nos fueron Chiti, Marquitos, al gordo Toti Ferrara, Memo; celebramos la última gran campaña paso a paso y vibramos y lamentamos mucho el final, pero esencialmente, tratamos de decir lo que pensamos.
Por esto último llegaron agravios, que provocaron cierto hartazgo y la decisión de no detenernos tanto en la actualidad. Ya no abunda la voluntad para renovar periódicamente los textos. Nos parece que por esa intolerancia que hoy está instalada en el control del club, es que la gente a veces pierde el entusiasmo y deja de ir a la cancha. Además del rechazo que provocó en muchos la utilización de Defensores para un innecesario show mediático por el arribo de Ortega. La desilusión deportiva pesa y provoca espanto que algunos se crean dueños absolutos del club.
Pero a Defensores lo seguimos queriendo porque es parte de nuestra vida.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

El día de la primavera más feliz


En el Día de la primavera, cómo no recordar aquel de 1985 en la cancha de Racing. Esa tarde inolvidable tuvo un lugar en el libro "Corazón Pintado".

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Sabía que era difícil que el gallego García Rey me diera ese partido. Sabían todos en el diario de mi fanatismo por Defe, y decían que no era muy objetivo en mis comentarios cuando me tocaba cubrirlo, lo que ocurría muy a menudo. Pero ese día, el día de la primavera de 1985 que se iba a instalar como un tesorito en el cofre de mis recuerdos, el panorama era poco favorable. Es que Armando Juan García Rey, uno de los jefes de Deportes del diario en el que estaba en ese entonces, el desaparecido Tiempo Argentino (hoy se publica un diario que ha comprado aquel título), era hincha y también fana, pero de Racing. Y nosotros jugábamos en el Cilindro por segunda vez en la historia, porque ya habíamos perdido ahí el año anterior 2 a 1. El gol había sido un golazo de Walter Fernández, quien recostado sobre la izquierda y a más de 30 metros, clavó un zapatazo en el ángulo. Ese gol le abrió las puertas de Racing, donde después jugó y fue ídolo como en Defe. Y en esa jornada de mi 21 de setiembre feliz, Walter ya estaba enfrente.
Pero volviendo a mi día de primavera soñado -que vive en mi memoria aún más que aquellos picnics donde se disparaban besos y romances-, mis planes de ir a ver a Defe contra Racing estaban complicados. Es que yo trabajaba también los sábados, y me tenía que quedar adentro, en la redacción. "Ni en pedo vas", me había dicho el Gallego cuando comenzaba la semana previa al partido, y antes que yo le pidiera la obvia designación. Pero entre el martes y viernes lo agoté, le prometí quedarme al cierre -lo peor que hay, esperar que el diario del sábado esté concluido significa clavarse hasta las dos de la madrugada, de la madrugada destinada a la joda, y yo en esa época jodía-, y lo convencí con el argumento de que no me importaba escribir el comentario, pero que tenía información de que si Racing no ganaba, la gente del caudillo peronista Juan D'Estéfano podía armar lío, y yo podía servir para cubrir vestuarios y todos aquellos posibles incidentes extra futbolísticos. El otro jefe, y otro gallego, Nando Sánchez -sin parentescos conmigo- que era hincha de Nueva Chicago, me dio una mano, porque en el fondo quería voltear a Racing, pues Chicago también andaba vagando por la vieja Primera B de ese entonces. Y cabulero como somos casi todos en este gremio, imaginó que por mis fuertes deseos de poder vivir una histórica victoria de Defe, los duendes de la alegría iban a estar de mi lado, y chau Academia.
Defensores tenía un equipazo, aunque era bastante irregular. Pero en la fecha anterior le habíamos ganado a Lanús, al que teníamos bastante alquilado. Ya en el ´84 los habíamos derrotado en su propia cancha con gol del paraguayo Heriberto Correa. Ese día también fue inolvidable: nunca vi que toda una platea se ponga de pie para despedir con aplausos al equipo rival. Qué épocas aquellas cuando al Dragón no se lo conocía tanto como Dragón y sí como la Máquina del Bajo. Le pintaba la cara a cualquiera y donde fuera. También, antes de jugar con Racing habíamos bailado a Colón en el Cementerio de los Elefantes santafesino. La síntesis del partido la dieron por TV por la calidad del juego de Defe y de sus goles, convertidos por Lagunas y Jorge Díaz. Ojo que este Díaz no era el "sordo" Néstor, que años antes había sido durante muchas temporadas el 9 de Defensores. El Sordo también era buen delantero, y logró convertirse en su época en un símbolo del equipo. Tanto, que el entrañable y polirrubro arquero Juan Carlos Sambucetti hasta lo hizo estrella de un aviso publicitario para la TV de una gaseosa, que, obviamente, se filmó en nuestra cancha. Sambucetti era arquero, y también modelo y también odontólogo. Todo un personaje. A Sambu lo veo aún con su pinta cada sábado, pero la última vez que vi al Sordo Díaz trabajaba de personal de maestranza en un banco.
La cuestión es que me salí con la mía otra vez cuando de Defe se trata. Me ubiqué en el palco de prensa de Racing y antes de sentarme miré la cabecera baja visitante: éramos 300. Ya dije que teníamos un equipazo, pero de todas maneras alternábamos partidos brillantes con otro opacos. Además, veníamos con la memoria aún fresca de la temporada anterior, donde estuvimos tan cerca de subir a Primera División. Ese gran sueño frustrado le quitó un poco el entusiasmo a nuestra gente. Como suele ocurrir, Racing estaba en llamas. Era el segundo año consecutivo en la vieja Primera B, y otra temporada más en su "infierno" de presiones le resultaba intolerable (finalmente terminó ascendiendo al ganar el octogonal, en una final bochornosa con Atlanta). Pero su equipo no era nada del otro mundo. Aunque estaba en el fondo su capitán e ídolo Costitas, en el medio iba y venía aquel buen número ocho Jorge Acuña, y arriba no era poco lo que tenía: el Pampa Orte y, como dije, quien fuera otra de nuestras creaciones, Walter Fernández.
Pero nuestro mediocampo era superior. El ocho era el Torito Zuviría, nada menos. ¿Que qué Zuviría? Un grande, que vino directamente a Defe desde el Barcelona de España. Claro, los más pibes no podrán creer esto que estoy contando. Y no se trató de que el Torito viniera a chorear. No, por favor, antes los jugadores, y el mundo en general, eran menos cínicos. Hoy, el retrato y el nombre de Roberto Zuviría figuran en la sala de los jugadores históricos y elegidos del Nou Camp, el mítico estadio de Barcelona. Y a Defensores llegó entero, y con Banana Galbán al lado, la pelota era nuestra, y prefería nuestros pies por las caricias que le daban. Defe era mejor que Racing aquel 21 de setiembre de 1985, pero los minutos pasaban y nos costaba incomodarlo más a Wirzt, el arquero de ellos, que no era ninguna maravilla.
Los 20 mil hinchas de Racing empezaron a fastidiarse con el 0 a 0 y con el mal juego de su equipo. Ya en el segundo tiempo, empecé a creer que sacábamos un punto, porque al equipo no parecía pesarle el segundo tiempo en el Cilindro, que antes pesaba, y mucho. A partir de los 20 minutos de ese complemento, comenzaron algunos chiflidos de la gente de Racing porque no nos llegaban y el tiempo pasaba. Hasta que llegó ese minuto 30. Banana Galbán robó una pelota en el medio, levantó la cabeza como siempre la levantaba, y vio que Jorge Díaz picaba. Se la puso exacta. Nuestro 9 quedó solo y habilitado ante el arquero, y en vez de definir lo gambeteó. Si bien la pelota se le fue algo larga hacia la izquierda, tenía lugar para tirar y convertir. Pero no. Díaz se frenó y esperó que Wirtz lo enfrentara de nuevo. Lo volvió a gambetear. Pero ahora estaba encima Gustavo Costas, a quien hizo caer con un esquive suave. Pero otra vez tenía enfrente al pobre Wirtz, despatarrado y desesperado, y qué iba a hacer el ergométrico Díaz -nos estaba probando el corazón-, ¡no, no pateó, lo volvió a gambetear! y después sí, con el arco enteramente libre, se metió con pelota al arco. Dios mío, qué gol. Salí indemne de la dura prueba a la que me había sometido nuestro centrodelantero Díaz, porque aún con el corazón rebalsado de latidos, me paré en el palco de prensa y pegué un grito fuerte y seco. ¡Gol! Los 300 de la tribuna rodaban enloquecidos, y a mí algunos plateístas de Racing también me miraban enloquecidos. Para colmo, un minuto después, otro fenómeno que pasó por Defe, y que jugó en Vélez y Argentinos Juniors, entre otros, Walter Cataldo, un wing de los de antes, que desbordaba con potencia y le pegaba como los dioses, se fue hasta el fondo y desde un lugar imposible la clavó en el segundo palo del arquero. En dos minutos 2 a 0. Víctor Hugo Morales gritaba en su relato que "como correspondía, en el Día de la Primavera , el chico, el estudiante, había festejado en la Academia ". El segundo lo grité pero sin pararme. Terminó el partido y mi alma estaba, como siempre, con esos locos más locos que nunca de la visitante. Me di vuelta, y con mi cara colorada y emocionada, le sonreí al Gallego García Rey. Un poco como la cargada inevitable, y otro poco como agradecimiento por haberme permitido vivir el que fue mi día de la primavera más feliz.

Racing 0
Wirzt; Vázquez, Astegiano, Costas y González; Acuña, J. Carrizo y Olivera; Orte, Caldeiro y W. Fernández. D.T.: V. C. Rodríguez.
Defensores 2
Alles; Gándaras, Barrios, Lagunas y Carrizo; Zubiría, H. Galbán y Godoy; J. C. Aguirre, J. Díaz y N. Cataldo. D.T.: J. Busti.
Arbitro: J. C. Biscay.
Cancha: Racing
Goles: en el segundo tiempo, 35m J. Díaz y 36m N. Cataldo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La bicicleta con motor de Damiao

En medio del estupor del vacío, de repente indemne entre vendavales de la nada, Damiao con su “lambreta”, encendiendo su bicicleta con motor entre miles de párpados pesados. En Brasil llaman “lambreta” al desparpajo del delantero de enganchar la pelota en movimiento entre sus dos talones, para pasársela por arriba a nuestro Papa y quedar cara a cara con Orión. Acá se la llama “marianela”, o se la llamaba en viejas épocas en las que algunos se atrevían a ser felices en una cancha

Otros aseguran que se trata de la famosa bicicleta con sombrero incluído. Pero antes en los campitos o potreros se la ensayaba a cada rato, en tiempos que la especulación sufría derrotas, y cuando la única preocupación era divertirse. También se hicieron a menudo estas marianelas o bicis con bonus en los entrenamientos de las divisiones inferiores, hasta que un conjuro de entrenadores la eliminó del definitivo manual de la avaricia.
Pero una noche menos pensada, en un Argentina-Brasil tan pensado, apareció Damiao con su bella pirueta y así quedamos, contandonos entre nosotros que hubo uno que jugó a la pelota.

viernes, 9 de septiembre de 2011

"Creerse Messi hasta en la oficina"


Este cuento lo escribí para los fascículos sobre Lionel Messi que publicó recientemente el diario Clarín. Lo quería compartir con ustedes.

"Lionel se escapó de la Play Station y ahora lo maneja Dios…”
Algo así le dije a Luis, mi viejo psiquiatra amigo, que cada tanto me recibía en su diván raído y envuelto como siempre en el humo de su cigarrillo inacabable.
Luis era futbolero como yo, y al menos si no entendía, escuchaba con atención mi nueva obsesión que se desataba con cada gol de Messi.
Decime, Luis, si los goles del pibe no te hacen acordar a esos actos de amor que teníamos de jóvenes, cuando todo era perfecto y rápido. Hacíamos el amor funcionando a mil, y después estábamos como si tal cosa, y éramos capaces de repetir dos, tres veces más como Lionel, al que nunca le parece que es suficiente tanta suficiencia…
Me gustaba jugar con las palabras y hacerme el filósofo y no se qué después de otro gol de Messi en Barcelona, y que como un loco buscaba que me lo volvieran a pasar hasta en un programa de cocina. Mi mujer no llegó a decirme Lionel o yo porque creo que ya no le importaba que hubiera otra, porque otro no todavía, quién te dice más adelante…
Qué manía que tenés de relacionar al fútbol con el sexo, Angel Alfredo, el fútbol no lo es todo, como tampoco el sexo…
Me acuerdo que esa vez me senté en el diván para mirarlo a Luis después de esa sentencia. El bajó la vista y sonrió y no dijo nada cuando yo le respondí “todo no, pero casi todo…” Me llamo Angel Alfredo por culpa de mi viejo bostero y de Angel Rojas y Alfredo Rojas, uno de angelical cintura y otro de cabezazo goleador que enhebraron parte del Boca de los ’60. Y con Luis nos une que aunque, él sea gallina, el hermano lleva un nombre parecido al mío en cuanto a lo alusivo: Ermindo Daniel le puso el padre al hermano mayor, en honor a los ilustres Onega de la banda de aquellos mismos años. Por qué se llama Luis, Luis nunca lo supo, porque al poco tiempo el viejo murió y la madre se hizo monja y él con el hermano vivieron en monasterios y enclaustrados entre rejas y se la bancó inventando partidos de fútbol de River en su mente, y goles de Pinino Mas. Por eso después estudió psiquiatría, no entendía como de pibe no se volvió loco…
A mí me pasa lo mismo, de alguna manera. Yo hago el mismo laburo de oficina hace 20 años, y a veces me creo Lionel cuando sello expedientes y cada golpe sobre el papel es una de sus gambetas. Cuando imagino un gol de él, el último golpe, el del último toque a la red es un golpe más fuerte, más sonoro y a veces hasta lo grito, y entonces se repite la escena de mis compañeros mirándome y mirándose, y un turro que siempre me pregunta en voz alta “¿te sentís bien, Angel Alfredo?”
¿Te acordás cuando casi te echan del trabajo, por rememorar el gol maradoniano que le hizo al Getafe hace un par de años?
Siempre adivina Luis lo que estoy pensando… Sí, cómo no me voy a acordar, si tuve una crisis aquel día… Es que yo creía que el gol de Diego a los ingleses no se iba a repetir, que era una obra sublime y antojadiza del Dios que habitaba en el Diez. Pero ahora queda claro que el Santo Padre se metió en el cuero de Lionel, o se afanó un jugador de Play Station y como a Adán, le sopló y fue Messi. Y ese día de abril de 2007, contra Getafe, se ve que Dios tenía otra fiesta de gala, y apretó el control remoto de Lionel para regalarle ese gol a sus invitados. Bueno, pero Luis quiere que le recuerde los hechos. Ya está, “toda pasa…” como dice ya sabemos quien. Nada, di tanto sellazos que al final, de la emoción, tiré todo al piso incluido el monitor de la compu, y encima grité el gol de Messi de escritorio parado en la silla. Pero qué querían con semejante gol. No me canso de estudiarlo y compararlo con el de Diego. Los dos salen del campo propio, y los dos gambetean en velocidad a cuatro rivales y al arquero. Quizás Diego arrancó un par de metros más atrás, y quizás Messi fue más rápido.
Al Real Madrid, por la Champions, le hizo otro parecido pero arrancando más cerca. Es que cada gol de Lionel es especial, si hasta cuando la empuja en la línea la pelota se anida con delicadeza en la red, se queda un rato entre murmullos de las dos, tan enamoradas de ese muchacho.
Ah… ¡Empujarla… Luis! Ya sé, te llamás Luis por el Luis Artime, aquel goleador que marcó 70 veces en River. Artime casi siempre la empujaba en el área chica, como Bianchi, Morete, Curioni… Por eso recordando aquel fútbol y estropeándonos los ojos con el actual de entrecasa, Messi queda como algo irreal, es otra cosa, Luis, Messi se escapó de la Play…
Pero a Luis no lo pude ver más, se extravió en la humareda de su tabaco perenne…
Ahora me reconcilié con mi esposa. Se enterneció cuando me vio llorar como un chico después de que Lionel le hiciera el gol al Manchester en la final de Wembley… “Es que me hizo revivir la vendetta del Diego a los ingleses” le dije entre sollozos justificándome. Ella me acarició la cabeza y me dijo, con una sonrisa de resignación, la mejor frase de oficina que escuché en 20 años: “Messi y/o yo…”

martes, 6 de septiembre de 2011

Socorro, fútbol...


Socorro, fútbol argentino... 0 a 0, 1 a 0, con un 2 a 1 tocamos el cielo con las manos de felicidad. Este juego se acaba... Hay que colgar la pelota desde atrás, mucha pierna fuerte en el medio, y la pelota parada, la sagrada pelota parada es la salvación... trabajemos todo el tiempo la pelota parada. El fútbol es el juego de la pelota parada, habría que cambiarle el nombre y las reglas: el equipo que más aprovecha las pelotas paradas gana... Dios mío, han hecho de todo con todo y el fútbol por qué se iba a salvar. Parece mentira que muchachos de Primera cobren tanto por tan poco. Es para cagarlos a patadas, ya que es lo único que saben hacer. Yo no sé pero a mi me está pasando que después de ver un partido me pregunto qué es lo que estuve haciendo en los últimos 90 minutos. Cómo es que soy tan masoquista. Me quedan doliendo los ojos, quedo contracturado. Ver fútbol de acá es morir un poco. Por lo que era y lo que es. Qué fue de las gambetas, los desbordes, las paredes, los cambios de frente, la vocación ofensiva... ¿Eh? ¿Será que muchos de los técnicos son ex arqueros, ex defensores o ex volantes de marca, y hacen jugar a sus equipos con la mentalidad que jugaban ellos? ¿Será que los pibes ya no juegan al fútbol y entonces llegan los pocos que lo hacen? ¿Pero entonces por qué nos mienten todo el tiempo que el fútbol esto y el fútbol lo otro? ¿Qué fútbol? Y hay que bancarse por ejemplo a uno de los tantos miserables de este ex juego convertido en gran negocio, que defiende a viva voz -y a muerta dignidad- la gestión de Grondona desde la TV estatal. Justo Julio Humberto, uno de los grandes culpables de bajar la línea del negocio a cualquier precio. Qué importa que a los que miramos no nos den nada, ni fútbol, ni comodidades, ni relatores...
Volvamos a las artes, a la amistad, al amor, leamos, esuchemos música, pintemos, veamos una película, charlemos, amemos, miremos el techo, saquemos al perro, tomemos sol o agua, lluvia o viento, juguemos a la rayuela o a la escondida, demosle de comer a las palomas, pero no le demos el gusto a estos turros que son parte de un juego que no nos tiene en cuenta.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La otra noche II


Cuando salimos de la Ex Esma, la otra noche, un grupo grande nos fuimos caminando por Libertador para el lado de Defe, donde, por una sagrada costumbre, había dejado el auto. De todas maneras, seguimos nuestra marcha hasta Crisólogo Larralde, porque decidimos ir a comer algo y por supuesto yo sugerí ir a Rojo y Negro.
Los más grandes me comentaron lo cambiado que estaba ahora el bar-restaurante, y entonces me encendieron el recuerdo y pensé en voz alta que el otro Rojo y Negro, el mucho más modesto, el que estaba sobre Libertador, había sido uno de los refugios de mi juventud. No podían creer, los más jovenes, que Rojo y Negro era, hace 30 años, una barra y un grupito de mesas y nada más, y que en aquella época su fama se refería, exclusivamente, a sus patys completos. Entre dos panes tostaditos, se apretaba una hamburguesa casera, rodajas de tomate, cebolla, lechuga y queso, y creo que bastante después le agregaron jamón. Yo no sé –lo pienso mientras escribo-, si el antiguo Rojo y Negro no fue el pionero de esa costumbre de los sandwiches de hamburguesa, que en ese entonces no se trataba de comida chatarra porque todo era fresco, de entrecasa y artesanal.
En los carnavales iba con mis amigos después de la cita ineludible en Muni, donde desde que Juan Alberto Badía los inauguró y ponía todos los temas de los Beatles, nunca faltamos. Muy de vez en cuando, si es que nos esperaba alguna señorita, avanzábamos uno pasos más por la ex Republiquetas, y entonces nos metíamos en el carnaval que organzaba el Club YPF. Y a veces hacíamos doblete. Ya en Rojo y Negro, recuperábamos fuerzas tragándonos un par de patys completos, y estirábamos los papeluchos con los telélefonos de agunas chicas con las que habíamos bailado, que estaban húmedos y aplastados en el bolsillo trasero del pantalón ajustado.
Pero antes, durante y después del carnaval, Rojo y Negro era un caos. En cambio, cualquier día, cualquier noche, nos esperaban nuestro mozos amigos, y de a poco empezamos a ver las transformación: rompieron paredes y se estiró para el fondo, y primero se duplicaron las mesas y en los últimos tiempos, antes de mudarse a la vuelta, ya era un restaurante hecho y derecho. En una noche de un sábado común, fue cuando el Gordo Ricciardi batió todas las marcas engullendo seis patys completos. Y después quería ir a Palomeque, le heladería que estuvo años en la esquina de Republiquetas y Libertador.
Me acuerdo que después de presentar Corazón Pintado, también se armó un mesa numerosa en el mismo lugar donde fuimos la otra noche después del recital de mis sobrinos en la ex Esma, pero no era Rojo y Negro sino que se trataba de otro restaurante que al poco tiempo cerró.
La otra noche sí era Rojo y Negro y me encontré con gente de Defe y el cajero nos hizo un descuento, y no hizo falta carnet. Y hablamos de mi primo Gustavo, desaparecido pero tan vivo en las almas de sus hijos y en las nuestras. Y brindamos por su presencia inacabable, y ante de irnos también por Defensores, porque al fin y al cabo estábamos en una de sus casas que por lo tanto también fue nuestra.