jueves, 1 de septiembre de 2011

La otra noche II


Cuando salimos de la Ex Esma, la otra noche, un grupo grande nos fuimos caminando por Libertador para el lado de Defe, donde, por una sagrada costumbre, había dejado el auto. De todas maneras, seguimos nuestra marcha hasta Crisólogo Larralde, porque decidimos ir a comer algo y por supuesto yo sugerí ir a Rojo y Negro.
Los más grandes me comentaron lo cambiado que estaba ahora el bar-restaurante, y entonces me encendieron el recuerdo y pensé en voz alta que el otro Rojo y Negro, el mucho más modesto, el que estaba sobre Libertador, había sido uno de los refugios de mi juventud. No podían creer, los más jovenes, que Rojo y Negro era, hace 30 años, una barra y un grupito de mesas y nada más, y que en aquella época su fama se refería, exclusivamente, a sus patys completos. Entre dos panes tostaditos, se apretaba una hamburguesa casera, rodajas de tomate, cebolla, lechuga y queso, y creo que bastante después le agregaron jamón. Yo no sé –lo pienso mientras escribo-, si el antiguo Rojo y Negro no fue el pionero de esa costumbre de los sandwiches de hamburguesa, que en ese entonces no se trataba de comida chatarra porque todo era fresco, de entrecasa y artesanal.
En los carnavales iba con mis amigos después de la cita ineludible en Muni, donde desde que Juan Alberto Badía los inauguró y ponía todos los temas de los Beatles, nunca faltamos. Muy de vez en cuando, si es que nos esperaba alguna señorita, avanzábamos uno pasos más por la ex Republiquetas, y entonces nos metíamos en el carnaval que organzaba el Club YPF. Y a veces hacíamos doblete. Ya en Rojo y Negro, recuperábamos fuerzas tragándonos un par de patys completos, y estirábamos los papeluchos con los telélefonos de agunas chicas con las que habíamos bailado, que estaban húmedos y aplastados en el bolsillo trasero del pantalón ajustado.
Pero antes, durante y después del carnaval, Rojo y Negro era un caos. En cambio, cualquier día, cualquier noche, nos esperaban nuestro mozos amigos, y de a poco empezamos a ver las transformación: rompieron paredes y se estiró para el fondo, y primero se duplicaron las mesas y en los últimos tiempos, antes de mudarse a la vuelta, ya era un restaurante hecho y derecho. En una noche de un sábado común, fue cuando el Gordo Ricciardi batió todas las marcas engullendo seis patys completos. Y después quería ir a Palomeque, le heladería que estuvo años en la esquina de Republiquetas y Libertador.
Me acuerdo que después de presentar Corazón Pintado, también se armó un mesa numerosa en el mismo lugar donde fuimos la otra noche después del recital de mis sobrinos en la ex Esma, pero no era Rojo y Negro sino que se trataba de otro restaurante que al poco tiempo cerró.
La otra noche sí era Rojo y Negro y me encontré con gente de Defe y el cajero nos hizo un descuento, y no hizo falta carnet. Y hablamos de mi primo Gustavo, desaparecido pero tan vivo en las almas de sus hijos y en las nuestras. Y brindamos por su presencia inacabable, y ante de irnos también por Defensores, porque al fin y al cabo estábamos en una de sus casas que por lo tanto también fue nuestra.

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